Lo que queda del día (1993)








Lo que queda del día 
Film: James Yvory
Novela: Kazuo Ishiguro

Kazuo Ishiguro-James Ivory
Por Beatriz Pérez-Moreno 
Elijo "Lo que queda del día" para inaugurar esta serie de artículos sobre novelas llevadas al cine porque es una de las adaptaciones más fieles y, al mismo tiempo, mejor conseguidas que conozco. En la tercera novela de Kazuo Ishiguro, ganadora del Booker Prize de 1989, el protagonista de la historia se dispone a visitar a la señorita Kenton, una antigua ama de llaves que trabajó en la misma casa donde él estaba empleado como mayordomo en los días más florecientes de su carrera profesional. Durante el viaje, el Sr. Stevens nos relata en primera persona acontecimientos que tuvieron lugar en aquella época. A través de esos recuerdos, vamos adivinando la relación entre Stevens y Kenton y entrevemos los sentimientos que uno podría tener hacia el otro. No es necesario decir lo que cuenta a su vez la película, pues se trata exactamente de lo mismo e igualmente se vale del viaje en presente y de retazos de un tiempo pasado para hacérnoslo llegar.
El productor Ismail Merchant, la guionista Ruth Prawer Jhabvala y el director James Ivory son de los autores cinematográficos más dados a basar sus guiones en obras literarias preexistentes. Han adaptado a escritores como Henry James, E.M. Forster, Jean Rhys, Jane Austen y un larguísimo etcétera. Sin embargo, ninguna de las películas, anteriores o posteriores, creadas por esta terna ha conseguido transmitir sensaciones y crear atmósfera de manera tan magistral como lo hace "Lo que queda del día". Tratándose de una adaptación tan clásica, me atrevería a aventurar que esto pudiera deberse más que a un acierto en cuanto a la dirección y elección de actores, a que la novela es efectivamente superior a demás. Si esta afirmación, que ataca directamente a algunos clásicos, puede ser discutida por muchos, al menos se me concederá que Ishiguro tiene una cualidad que los citados autores no poseen. Me refiero a la cualidad de lograr que parezca que no ocurre nada, y que múltiples acontecimientos se desenvuelvan por debajo de las apariencias, por dentro de las entrañas de los personajes. El mejor ejemplo de esto es su grandiosa obra "Los inconsolables". Hablo de la cualidad de hacerte ver lo que no es evidente, de contar sin contar, de obligarnos a leer entre líneas. Nunca los sentimientos contenidos estuvieron tan bien tratados como con Ishiguro. Consigue mantener una mínima frialdad que le aleja de lo sentimental, pero sin dejar de conmover en ningún momento.
Ya que la estructura de la novela "Lo que queda del día" -título que prefiero a "Los restos del día", pues considero que se acerca mucho más al sentido original de "The remains of the day"- resulta ser bastante cercana a la de un guión cinematográfico, la dificultad mayor a la que se enfrentaban Ivory y Jhabvala a la hora de adaptar esta obra, era la de conseguir esta atmósfera y la de dejar ver esos sentimientos que se encuentran a flor de piel, pero nunca han sido expresados. Para ello, Jhabvala se sirve de varios mecanismos. Uno de ellos son las cartas. En el libro, el Sr. Stevens ha recibido una carta de la señora Benn -o señorita Kenton, como él sigue llamándola- y es esa carta lo que le impulsa a viajar para tener un encuentro con ella. La novela está contada en primera persona por el Sr. Stevens y sabemos de la carta sólo por referencias a ella. Por el contrario, en la película, escuchamos las palabras de Kenton en off, recorriendo e ilustrando los planos. Más aún, en la obra literaria, el protagonista nos hace saber que él nunca llegó a responder a la carta y en el filme escuchamos muchas de las observaciones que hace directamente a los lectores, en forma de respuesta a la misiva de su antigua empleada. Así, la voz en off no es un recurso injustificado con el que ir narrando los acontecimientos o haciéndonos saber el sentir del protagonista, sino que tiene una justificación diegética en forma de este intercambio de correspondencia. Con ello no sólo consigue hacer llegar al espectador muchos elementos que sería muy difícil transmitir únicamente a través de imágenes, sino que también rompe el punto de vista que tenía el libro. Ahora no lo vemos todo solamente desde los ojos del Sr. Stevens, sino que también hay algunas escenas de la vida de la señorita Kenton que él nunca presenció y que nosotros sí tenemos el privilegio de observar. El filme introduce a un autor omnisciente que no existía en la novela y, gracias a que el punto de vista único se quebranta en muy pocas ocasiones, apenas se nota la diferencia.
Claro que estas cartas no pueden trasmitirlo todo. Otro de los ardides de los que tiene que echar mano la guionista es el de colocar "en boca" del personaje algunos pareceres que él nunca se atrevería a expresar o que confiaría sólo a los lectores. El Stevens del libro es aún más comedido que el del filme. En lo que a sus sentimientos respecta, es pudoroso hasta para con los lectores y siempre encuentra excusas para su comportamiento cuando algo le avergüenza. Sin desvirtuar apenas la tremenda introversión del personaje, Jhabvala le concede una mínima libertad de expresión, que a ella le ayuda para comunicarnos sensaciones que sería difícil dejar ver meramente con la interpretación del actor. El Stevens de la película dice más de lo que diría el de la novela y se expresa delante de la señorita Kenton con algo más de sinceridad. En otras ocasiones, el mayordomo comparte con los lectores consideraciones sobre su oficio, sobre lo importante que es la dignidad para alcanzar el status más alto en su carrera. La guionista traslada estas disquisiciones a conversaciones con empleados o con compañeros. Son recursos bien empleados, en mi opinión, y llevados a cabo con suma sutileza. Una película que adapta un libro tiene que conseguir contar a través de imágenes o diálogos lo que en la obra literaria aparece narrado. Siempre que la voz en off pueda evitarse o minimizarse y no quede nada en el tintero, se puede decir que el adaptador ha logrado un éxito.
Quizá como consecuencia de estos cambios, o por voluntad propia de Ivory, la película resulta menos angustiosa y amarga que el libro. La atmósfera opresiva y la sensación de que existen muchos sentimientos enterrados está lograda con bastante cercanía, sin embargo, hay matices y sutilezas que la hacen ligeramente diferente. Uno de ellos puede deberse a que el actor que da vida al señor Stevens hace que percibamos de forma diferente el personaje. Mientras Emma Thompson borda el papel de la señorita Kenton y da tanto el físico como la actitud a la perfección, Anthony Hopkins aporta al mayordomo unos tintes que no estaban presentes en la obra de Ishiguro. Hopkins hace que Stevens parezca malvado, siniestro. El aspecto del actor galés, con esos ojos hundidos en cuevas de sombra y esa boca que parece una hendidura, se acerca más al de un personaje con insanas intenciones. Y no creo que influya únicamente el hecho de que estemos acostumbrados a verlo en papeles de ese jaez. Cuando Stevens libera una mala contestación, en la novela nos queda claro que se debe a que es incapaz de decir nada agradable o de expresar lo que realmente siente, sin embargo, en la película parece hacerlo con verdadera saña. En el libro, Stevens es un pobre hombre y, a pesar de tener multitud de características que cabe rechazar, finalmente nos deja un poso de ternura y una sensación de impotencia que da ganas al lector de hablar con él o de obligarle a retroceder en el tiempo para deshacer los errores que cometió. Esta rabia está conseguida también en el filme y es probablemente el mayor valor que tanto éste como la obra literaria poseen, pero queda en parte minada por la sensación de que el protagonista podría no ser del todo inocente.
En cuanto a estructura se refiere, la novela de Ishiguro está construida de forma muy cinematográfica. El libro se divide en un prólogo y seis capítulos que corresponden a seis días del presente en los cuales el mayordomo hace un viaje para encontrarse con la señorita Kenton. Ishiguro narra el recorrido en tiempo presente mientras el Sr. Stevens recuerda episodios de épocas pasadas. Esta estructura es perfectamente plasmable en flasbacks cinematográficos por lo que ayuda mucho a la construcción del guión. El autor de Los restos del día utiliza una narración fragmentada, una especie de suma de partes. Nos permite presenciar diferentes momentos muy concretos sin concatenarlos y sin relatarnos cómo se llegaba de uno al siguiente. El lector va conociendo formas de ser a través de esos retazos y se va formando su propia historia y su propia opinión a medida en que esos fragmentos se suman. Esta forma de narrar se lo ha puesto muy fácil, por así decirlo, a la guionista Ruth Prawer Jhabvala. Ella ha creado escenas a partir de cada uno de estos incidentes y la fuerza de los acontecimientos narrados y, especialmente, de los personajes, hace que la película fluya sin problema.
No quiero decir cuando hablo de distribución en fragmentos que tanto la novela como el filme no tengan estructura en actos. Indirectamente, los acontecimientos aislados afectan a la relación profesional y amistosa entre el mayordomo y el ama de llaves. Esta relación constituye la trama principal de libro y película y, por ello, los momentos que tienen mayor fuerza sirven, de alguna manera, como puntos de inflexión. El primero de ellos será la caída del padre del Sr. Stevens con una bandeja. La relación entre Kenton y Stevens da un giro a partir de ese suceso, pues ella trata de acercarse a él y ofrecer su ayuda, pero el mayordomo no la acepta. Posteriormente, el ama de llaves tendrá otra ocasión de mostrar su preocupación por el padre y por Stevens cuando el primero fallece sin que su hijo pueda siquiera acompañarle en su lecho de muerte, ya que su idea de la etiqueta le impulsa a anteponer las necesidades de los invitados a acontecimientos de su vida privada, por graves que sean.
Igualmente emotivo resulta el momento en el que el señor solicita a Stevens que despida a todos los miembros del servicio que sean de origen judío. Ya que las judías son doncellas y las mujeres empleadas están a cargo del ama de llaves, Stevens debe pedirle a la señorita Kenton que sea ella quien las despida. Este acontecimiento vuelve a revolucionar los cimientos de la casa. Ella se opone a hacerlo y promete que dejará su puesto si finalmente las muchachas pierden sus trabajos, pero pasado un tiempo no es capaz de marcharse. En la película este momento tiene todavía más fuerza dramática que en el libro. El detalle que hace que el espectador sienta mayor pena por las doncellas es que han introducido a sus personajes antes del suceso y siempre afecta más saber que le ocurre una desgracia a alguien que conocemos que a un desconocido. El tema político sumado al humano resulta irritante.
Esto nos lleva a la otra trama importante de la película. El primer señor que tuvo Stevens, Lord Darlington, que da nombre a la mansión y que fue muy influyente durante aquellos años, estuvo en tratos con los nazis. Sin él darse cuenta fue, como expresó alguno de los personajes de la novela, una marioneta de Hitler que ayudó a introducir sus ideas en Inglaterra. El señor Darlington, por ingenuidad, convencido de que estaba comportándose como un caballero, mantenía tratos con políticos muy importantes de la simpatía del Führer. Al igual que Ishiguro nos presenta a Stevens como un hombre que no ha sabido tomar las riendas de su vida en lo que respecta al terreno amoroso, nos demuestra también que fue incapaz de tomar decisiones siquiera en otros ámbitos. El mayordomo jamás se cuestiona los actos de su señor, ni tan sólo cuando un invitado se lo pregunta. Él decide no tomar partido por ninguno de los bandos y permanecer al margen de lo que ocurre ante sus narices mientras sirve el licor a los altos mandatarios. Será sólo posteriormente, en la época presente, cuando se avergüence de este comportamiento, llegando incluso a no reconocer que trabajó para Lord Darlington. Y es en el momento de admitir que cometió un error en ese aspecto, cuando nos deja entrever que siente que ha cometido también un desacierto en otros apartados de su vida. Según se dirige al encuentro de la señorita Kenton, piensa que podrá subsanar al menos esta equivocación.
Otras diferencias, poco importantes, aunque curiosas son, por ejemplo, el cambio entre la marca de coche que conduce el protagonista: un Daimler en la película en lugar del Ford del libro; o la reducción de personajes. Éste último es un truco muy utilizado en la adaptación de obras literarias al cine, especialmente las de mayor longitud o complicación. En el caso de Lo que queda del día, no había tanto exceso de personajes como para complicar la adaptación, sin embargo, Jhabvala, probablemente con intención de ponérselo más fácil al espectador, une a los personajes del americano que criticó en su día a Lord Darlington por su ingenuidad al aceptar tratos con los alemanes con el que en el presente habita la mansión. Esta unión, aparentemente inocente, deja a Stevens como aún más traidor hacia el Lord al que tanto defendió en su día. También convierte en un solo hombre a un colega con el que Stevens tiene una charla amistosa durante una visita y al señor Benn, personaje que finalmente se casará con la señorita Kenton.
En total, la película no puede decepcionar a ningún amante de la narrativa de Ishiguro, si bien como obra cinematográfica podría decirse que deja un poco que desear. Ivory no es precisamente un director muy estilizado o con gran personalidad, se podría definir como plano en su forma de realizar. Pero el acierto en la elección de la novela, en el guión, la ambientación y los actores, le han valido el reconocimiento de crítica y público y numerosos galardones cinematográficos. Habrá que esperar el resultado de The White Countess, aún en preproducción, con guión del propio Ishiguro. El autor parece que acaba de comenzar su carrera como guionista con The Saddest Music in the World (la música más triste del mundo), del director Guy Maddin. La película, interpretada por Isabella Rossellini y María de Medeiros, aún no ha sido estrenada en España.
Beatriz Pérez-Moreno es realizadora de spots publicitarios y directora del cortometraje en 35 mm. Mudo mundo. Ha escrito guiones de cine y televisión y tiene varios relatos incluidos en antologías, como "Toda una vida", que apareció en Por favor sea breve. Antología de relatos hiperbreves, de Páginas de Espuma. En el apartado crítico, ha publicado artículos sobre cine y sobre literatura en revistas culturales y especializadas, tanto de papel como en Internet.



The Remains of the Day / James Ivory


AÑO 1993
DURACIÓN 134 min.
PAÍS Reino Unido
DIRECTOR James Ivory
GUIÓN Ruth Prawer Jhabvala (Novela: Kazuo Ishiguro)
MÚSICA Richard Robbins
FOTOGRAFÍA Tony Pierce-Roberts
PRODUCTORA Columbia Pictures. Merchant Ivory Production
SINOPSIS  Stevens, un perfecto mayordomo, viaja por Inglaterra en 1958. Ahora trabaja para el nuevo propietario americano de Darlington Hall. Veinte años antes, esta mansión vivió su esplendor y Stevens sacrificó su vida al servicio de su señor, un aristócrata británico que se codeaba con las más altas instancias políticas en un momento crucial para el futuro de Europa. Stevens asistió a los momentos más intensos de su vida profesional mientras su rutinaria vida personal sufría un inesperado cambio con la llegada de la nueva ama de llaves, la señorita Kenton. (Filmaffinity)
Crítica: Filmaffinity







1 comentario:

María Eleonor Prado Mödinger dijo...

No puedo creer que ya hayan pasado 17 años desde su estreno; es una maravilla de film, la ambientación, el guión, las actuaciones de primera, realmente esta película es una de mis predilectas.
Gracias por traerla.