El tercer hombre (1949)




El tercer hombre 
Film  Carol Reed
Novela  Graham Greene


El tercer hombre: El amigo americano y el reloj de cuco
Por Antoni Peris
Desde que Griffith delimitara los parámetros técnicos y artísticos según los cuales se define este fenómeno que denominamos cine, hemos admirado las creaciones de diversos autores.. Muchas historias, construidas desde puntos de vista y creencias distintas cuando no opuestas, han llegado a constituir un conjunto artístico que pervive hasta el nuevo siglo. De El nacimiento de una nación a El acorazado Potemkin, de Roma, citta aperta a The searchers, de La fiera de mi niña a El gatopardo, la clasificación de una obra como clásico incluye tanto obras fundacionales de un género, de una manera de entender el cine o referentes históricos y sociales. Algunas son épicas bigger than life que responden a un momento histórico o a un movimiento social. Otras enlazan directamente con géneros y artes previas al cine, fuera la novela, la narrativa épica o el vaudeville , sublimando y traduciendo antiguas expresiones en un nuevo lenguaje.
Curiosamente, y por ello esta larga introducción, se han colado en la clasificación de clásicos pequeñas obras ajenas a movimientos sociales, artísticos o a innovaciones técnicas. Se trataría de pequeñas joyas, creadas por un autor según un concepto artesanal de la creación artística (¿dónde está el límite entre arte y artesanía en el cine, producto industrial de la labor de numerosos profesionales?) o (¡crimen fatal!) obras resultantes de la cooperación de diversos profesionales (¿autores todos ellos?) integrada en un concepto de creación / producción industrial. Sería éste el caso específico de clásicos indiscutibles como Johnny Guitar, Casablanca y El tercer hombre, películas de bajo presupuesto, realizadas por autores (en el caso de la segunda y tercera más próximos al concepto de profesional que de autor) y que, aun teniendo un reconocimiento amplio de público en el momento de su estreno, han tardado en obtener una valoración sólida por parte de la crítica.
¿Qué nos atrae de ellas? ¿Qué nos lleva a equiparar El tercer hombre con, por ejemplo, una obra que incorpora avances técnicos como Ciudadano Kane o una pieza genérica fundamental como Forajidos ? El tercer hombre, como la inmensa mayoría del cine que conocemoscontiene la idea de la narración, del cuento. ¿Es tan original la historia narrada en Third Man como para marcarnos de manera tan indeleble?
Aunque, si nos fijamos, nos podemos dar cuenta que bajo el manto de la serie negra subyace una crónica del sentimiento. De Breve encuentro a Lost in Translation o In the mood for love los autores han tratado de expresar los sentimientos, las emociones, mediante diversos recursos narrativos, en base a la puesta en escena o al montaje. Sin embargo, en ello no hay duda, la narrativa de Carol Reed es sumamente convencional… es decir, clásica.¿Es éste el motivo de nuestra atracción por la película?.
Cuando se escribe acerca de El tercer hombre parece ser obligado discutir acerca de la autoría de la misma. Considerada de manera generalizada una obra del inefable Orson, autor cinematográfico por excelencia, está sobradamente acreditado que fue Carol Reed quien dirigió la mayor parte de la cinta, reservándose Welles un puesto tras la cámara en la primera escena en que aparece su personaje y en la secuencia final de las cloacas. Sin embargo, nada podía hacer más para sembrar la confusión que fuera el propio Welles, fabulador de munchausianas dimensiones, quien dijera que el autor era quien firmaba la película.
Ante la potencia de las imágenes, por otro lado, se ignora a menudo la autoría intelectual. Graham Greene, autor del guión antes que de la novela que del mismo se derivó y clásico literario del siglo XX a su vez, incluyó en la trama uno de sus temas favoritos, la culpa y la redención. ¿Podemos considerar pues la autoría de Greene y su temática el motivo de atención del espectador? Posiblemente no. Hay que recordar que tanto Reed como Welles reescribieron parte del guión y de los diálogos (desencadenando las iras del escritor). Por otra parte, no podemos ignorar que cuando vemos El tercer hombre (por primera vez, al menos), no es el conflicto de la culpa o la traición el que más nos atrae, si no la potencia de sus imágenes o la sugestión inicial del whodunnit, la sombra del tercer hombre, en definitiva mcguffin de otra historia que se esconde como si se tratara de un palimpsesto bajo los códigos de la serie negra.
Nadie ha conseguido, pues, determinar la auténtica autoría de The Third Man . ¿Importa? O, acaso, ¿es lo importante el motivo por el cuál la película atrae a cinéfilos de distintas generaciones?
Y, siendo ésta la pregunta real, volvemos a dudar ante la respuesta. Por que El tercer hombre (película de autoría compartida según acordamos) no revolucionó el cine. Ni aporta grandes innovaciones. Ni representa un momento crucial de la humanidad. Los motivos son otros.
El tercer hombre es una historia sencilla; aunque narrada con un brío asombroso La creación de Carol Reed debería ser ejemplo para aquellos directores que confunden la agilidad narrativa con la exposición atropellada. En breves imágenes, con escenas certeras, Reed nos introduce (cierto, con la impagable ayuda de una narración en off) en la sórdida Viena posterior a la caída nazi, dividida en sectores según los aliados. Sólo una escena basta para presentarnos a Holly Martins y, a continuación, le basta otra para plantear el dilema. De la misma manera, combina sencilla pero muy eficazmente en la secuencia del bar la explicación de la trama criminal en la que estaba envuelto Harry Lime y completa la descripción del infeliz escritor de novelas baratas que se encuentra solo en una ciudad que desconoce y en la que se pone en evidencia, por modales y por falta de lenguaje, como lo que es: un paleto provinciano, un americano que no entiende el mundo en el que vive más allá de su barrio. A partir de aquí, Reed monta con concisión un conjunto de escenas en las que se alternan los códigos de la comedia, la serie negra, el cine de espías que surgiría en la guerra fría y el melodrama. El tercer hombre tiene una agilidad expositiva y una brillantez narrativa muy por encima de la media.
Y, aún así, no es este el encanto primordial de la cinta… ¿Y pues? Pues, posiblemente, el punto dramático más destacable de la trama. El centro de El tercer hombre es un Joseph Cotten, impagable como Holly Martins. Holly/Bendito/Bobo Martins, un patético y entrañable personaje. Autor de novelas pulp del Oeste, fan de Zane Grey y escritor con ínfulas pero ignorante de James Joyce, Holly Martins es el héroe que no querríamos ser; pero es, me temo, el protagonista que nos tocaría ser a muchos de nosotros si apareciésemos de repente en una película. Frente a la profesionalidad del Mayor Galloway, frente al encanto melancólico de Anna, frente (sobretodo) a la atracción mefistofélica de Harry Lime/Orson Welles, es la tozudez de Holly, su fidelidad al amigo desaparecido, su ternura con Anna, la arrogancia que oculta su incertidumbre, lo que nos atrae de El tercer hombre . Tan importantes, pues, para generar la atracción de la película son las escenas en que Cotten, borracho, se enfrenta a Galloway en un vano intento de defender a Lime o en que, una vez más borracho, confiesa torpemente su amor a Anna. Martins es torpe (alaba la actuación de Anna aun sin haber entendido una sola palabra de los diálogos), es ignorante (y su ignorancia construye por obra y gracia del guión una hilarante escena en la tertulia literaria), pero Greene, Reed y, sobre todo, Joseph Cotten le dotan de una humanidad que se expande a una película que, sin sus características, sería demasiado fría y excesivamente funcional. Son las debilidades de Martins las que nos atraen en esta Viena deshumanizada, aunque el perverso ingenio de Harry Lime nos atraiga a unos y a otros.
Durante la primera mitad de la historia, Harry es una pieza argumental, una brillante elipsis que atrae nuestra atención cuando le creemos muerto. En la segunda mitad, pasa a ser un atractivo sol que nos hace girar a todos, personajes y espectadores, a su alrededor. Harry Lime aparece de las sombras en una escena teatral que (ésta vez sí) Welles y Robert Kraster, director de fotografía, consiguieron inmortalizar con una mueca y un juego de luces pese a su arbitrariedad dramática. Recordemos: Martins está desorientado. Su amigo ha muerto. Galloway le ha demostrado que no era sino un criminal. Se ha enamorado, infructuosamente, de Anna. Borracho, en la calle, se siente seguido (una escena previa ya nos ha dado a entender de quien se trata). “Es un espía muy torpe,”grita Holly, “se le ven los pies”. De improviso, la luz de una ventana ilumina el portal, la omnipresente música de Anton Karas se eleva y un foco ilumina a un sonriente Harry Lime.
No obstante, pese al maquiavélico encanto de Lime (¿o debería decir de Welles?), será Martins quien gane por KO. Aunque Lime repite escena triunfal en la escena del Prater, con un Welles sabedor de su dominio de las tablas, la dolida sobriedad de Joseph Cotten no sólo dan la talla sino que aguantan dramáticamente el veleidoso embate del diablo. Lime exhibe su código ético (si te pagasen por cada punto que se detuviera, ¿rechazarías la oferta o empezarías a contar cuántos puntos detendrías?, dice Lime cínicamente refiriéndose a sus víctimas) y Martins le acusa de vender a Anna. Irónicamente, Welles dibuja un corazón con el nombre de la chica mientras amenaza a su viejo amigo. Martins le informa que su plan ha quedado al descubierto y Lime se va por peteneras. Al final, claro está, nos quedaremos con la frase sobre el Renacimiento, los Borgia, Suíza y el reloj de cuco (1); pero la brillantez literaria quedará sepultada por la sordidez moral de Lime. No queremos ser como él y, finalmente, nos duele que traicione a Holly. Le ha traicionado. Nos ha traicionado.
…Y posiblemente sea ése el secreto del éxito de El tercer hombre. Su capacidad, su empatía, para que nos identifiquemos con el (anti)héroe, un tipo mediocre, parado, al que le cuesta captar lo que pasa, que se enamora de la chica equivocada, que es traicionado por su mejor amigo y que, cuando hace lo que debe, se está inmolando a sí mismo.
Cierto es que ayudan la música de Karas, la belleza de Alida Valli y la magistral secuencia de la persecución en las cloacas. Este morceau de bravura, parcialmente dirigido por Welles, merece por sí solo un lugar en la antología del cine. Lime, acorralado tras atravesar muchos ríos de mierda, no consigue escapar al exterior. En una escena escalofriante, surrealista, trata de levantar una reja sin éxito. Herido, no puede sino pasar sus dedos entre los barrotes. Los dedos asoman en una calle desierta en la que sólo sopla el viento. Lime, con el rostro de un animal herido, se vuelve a mirar a Holly y acepta que sea éste quien lo remate.
El mundo perdió su inocencia (si aun conservaba algo) con la Segunda Guerra Mundial. Holly Martins, como Harry Lime, es el hijo de este mundo. Pero en el reconocimiento por parte del espectador de la tristeza de Martins (más que de sus valores) y en la identificación con su fracaso nace la atracción del espectador por esta historia. El bendito Martins trata en vano de mantener su amistad juvenil. Estúpidamente, emulando a los héroes de sus novelas baratas, intenta desenmascarar al asesino de su amigo sólo para afrontar una dura realidad. Creyéndole muerto, intentará imitar su vida, enamorarse de la novia de su amigo y hacer de su vida la brillante novela que trata de escribir. Paradójicamente, sólo entonces descubrirá la imposibilidad de la impostura y deberá definir su propia vida, destruyendo su alteridad, es decir, suicidando su parte de Lime y confirmándose como individuo, como Holly Martins. Por si había alguna duda, la justicia no tiene recompensa. Holly se estructura como persona tras la (segunda) muerte de Harry Lime. Pero su esperanza de conquistar a Anna es un fracaso. En una (otra más) bellísima escena, Martins espera a Anna que se acerca por el camino. Reed parece remedar un plano secuencia en tiempo real. Los espectadores esperamos con Holly hasta que Anna llega a su altura. Sin palabras, sin ni siquiera volverse, Anna le rebasa y sale de campo. El tercer hombre es la historia de una impostura imposible, de un amor imposible. Ni Holly Martins ni nosotros somos héroes. Ahí radica la real atracción de una película inmortal.
(1)  La frase, “max mix” elaborado por Welles a base de materiales diversos dice aproximadamente: «En Italia, durante cien años, bajo la dominación Borgia, hubo sangre, matanzas e injusticias. En Suíza, tras 5oo años de paz y fraternidad, ¿que obtuvieron?: el reloj de cuco!»


The Third Man /m Carol Reed


Año: 1949
Duración: 93 min
País: Reino Unido
Director: Carol Reed
Guión: Graham Greene (Novela: Graham Greene)
Música: Anton Karas
Fotografía: Robert Krasker (B&W)
Reparto: Joseph Cotten, Alida Valli, Trevor Howard, Orson Welles, Bernard Lee
Productora: London Films. Productores: Alexander Korda & David O. Selznick
Premios: 1 Oscar: mejor fotografía B/N
Sinopsis: Viena, 1947. El norteamericano Holly Martins, un escritor de novelas policíacas, llega a la capital austriaca cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los aliados de la Segunda Guerra Mundial. Holly llega reclamado por un amigo de la infancia, Harry Lime, que le ha prometido trabajo. Pero el mismo día de su llegada coincide con el entierro de Harry, quien ha sido atropellado por un coche. El jefe de la policía militar británica le insinúa que su amigo se había mezclado en la trama del mercado negro. (Filmaffinity)
Una leyenda del cine. Elegida en 1999 como la mejor aportación británica a la historia del cine.










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